Queridos hermanos y hermanas:
Sigo adelante con las afirmaciones más importantes del Credo: CREO EN JESUCRISTO, NUESTRO SEÑOR.
Para que una persona suscite y mantenga nuestro amor a lo largo del tiempo tiene que ser a la vez igual y diferente de nosotros. Si sólo es igual, con el tiempo se banaliza la relación; si sólo es diferente, provoca extrañeza, pero no amor. Las dos a la vez. Y ese dinamismo se da en Jesús: es igual que nosotros, pero es Dios. Desde ahí podemos dar un nombre adecuado a nuestra relación con él. El discípulo amado, Juan, propone éste: darle nuestra adhesión. En la tradición de la Iglesia, una palabra que expresa bien le fe en Jesús, creer en Él, es “seguirle, ser sus seguidores”.
Digo todo esto porque ante Jesús caben posturas diferentes, y todas ellas existen entre nosotros y en nuestros contextos: indiferencia, admiración, simpatía, adhesión a su doctrina, etc. Pero creer es otra cosa. Es bueno leer el Evangelio para empezar a entender qué significa “creer en Jesucristo”. Sólo unos pequeños ejemplos, unas sencillas pistas. Me fijaré en tres.
En primer lugar, miremos la Pascua. La experiencia pascual cambió profundamente la vida de los discípulos. Fue como una inyección de nueva vida. Pero no penséis que fue fácil. Magdalena confundió a Jesús con el jardinero; Tomás necesitó que el Señor accediera a que viera sus heridas; los discípulos que le vieron desde la barca creyeron que era un fantasma… La Pascua es una profunda experiencia de fe que transformó por completo a los discípulos. Nosotros creemos gracias a la fuerza transformadora de esa experiencia. Ellos nos la transmitieron, porque la vivieron.
Un segundo acercamiento al cambio que provoca la fe. Pedro pasa de negar cobardemente al Señor a recibir el encargo de ser el pastor de todos; Zaqueo deja de ser egoísta y se convierte en hermano; Mateo deja de pensar en el dinero y escribe el Evangelio; el ciego deja de estar en la cuneta y sigue al Señor por el camino; Santiago deja de pensar en sentarse a la derecha del Señor y se convierte en el primer apóstol en dar su vida… La fe nos cambia, nos transforma. ¿Sabes por qué? Porque nos convierte en seguidores. Mis ideas y aspiraciones dejan de ser lo primero, porque sólo hay un primero: Cristo Jesús.
Y la tercera pista: la alegría. Los cristianos somos, debemos ser, personas alegres. Pero no una alegría pasajera, fruto de algo bueno que nos ha pasado, cosa que está muy bien. Es otra alegría, una alegría profunda, serena, que procede del centro del alma, una alegría “que nada ni nadie nos podrá quitar”. Hace dos meses estuve en la plaza de San Pedro compartiendo con mucha gente la fumata blanca. A mi lado estaba una señora muy amable, que estaba muy emocionada. Me dijo una frase que resonó profundamente en mí: “no sé quién será el Papa, pero lo que sí se es que esta elección representa para mí algo importante: Dios nos ama y nos regala un nuevo pastor. Por eso siento una enorme alegría, tan grande que me emociona”. Eso es la fe, queridos hermanos.
Gracias por vuestra ayuda y ánimo en el camino.