El artista es el testigo de lo invisible, y la obra de arte es la prueba más fuerte de que la encarnación es posible. Para hacer visible el misterio de la fuerza propia de una obra de arte, son necesarias las manos del artista, y las manos, simbólicamente, son las que nos dan la dignidad porque son nuestro instrumento de trabajo.
Los museos de la Iglesia, todo su patrimonio, deben ser cada vez más el lugar de lo bello y de la acogida. Deben acoger las nuevas formas de arte. Deben abrir las puertas a las personas de todo el mundo. Ser un instrumento de diálogo entre las culturas y las religiones, un instrumento de paz. ¡Estar vivos!
El arte, además de ser testigo creíble de la belleza de lo creado, es instrumento de evangelización. A través del arte (música, arquitectura, escultura, pintura) la Iglesia explica, interpreta el Evangelio a las personas de todos los tiempos.