In Cartas del padre Pedro

Queridos hermanos y hermanas:

El libro del Éxodo, como sabéis, narra el viaje que llevó adelante el pueblo de Israel después de que fue librado por Dios de la esclavitud que le oprimía en Egipto. El punto central de esta formidable migración lo leemos y meditamos en la Vigilia Pascual. Durante ese viaje, Dios le va ofreciendo al pueblo sus normas y propuestas para que lleguen a ser el pueblo que Dios quiere. Una de ellas es especialmente significativa: Dios pide al pueblo que no maltrate nunca al extranjero, y que no olvide nunca que ellos también fueron extranjeros en Egipto, y fueron maltratados y esclavizados (Ex 22, 20).

Traigo este texto a nuestra memoria porque es necesario. Estamos asistiendo a grandes debates sobre la realidad de la migración en nuestro país y en el conjunto de la Unión Europea. Y en nuestro mundo. Vemos personas que mueren en su intento de buscar una vida mejor, una vida que pueda llamarse digna de la condición humana. Y contemplamos un debate político que no siempre tiene en cuenta aspectos morales o claves emanadas del apasionante concepto de “fraternidad universal” propuesto por el papa Francisco.

Es claro que los gobiernos tienen el derecho y el deber de regularizar los flujos migratorios, pero también lo es que la comunidad cristiana tiene el derecho y el deber de insistir en que la legislación y las políticas que se aprueben no dejen nunca de lado el cuidado de la acogida, la atención fraterna al diferente, el derecho a la integración social de quien se esfuerza en hacerlo con toda esperanza y honestidad, etc. La inserción eclesial, para quienes lo desean, es también una gran ayuda.

Hay algunos aspectos que es bueno recordar siempre, y tenerlos muy en cuenta cuando pensamos en el papel de la Iglesia ante el reto de las migraciones. Cito algunos:

Los cuatro verbos propuestos por el papa Francisco: acoger, proteger, promover e integrar. Su impulso está muy lejos de algunas propuestas de sesgo populista que estigmatiza al extranjero. ¡Hay que abrir los ojos! Casi el 20% de la población española ha nacido fuera de nuestras fronteras, y va adelante con una progresiva integración que va a enriquecernos a todos.

El derecho fundamental de las personas a no tener que emigrar está en la base de las propuestas de la Iglesia. Y el trabajo por atender a los que llegan a nuestra casa desde los cuatro verbos indicados es nuestro reto y nuestra propuesta.

Por eso, ya no hablamos de una acción pastoral para los migrantes, sino con ellos. Una pastoral transversal, que atiende elementos de pastoral familiar, social, litúrgica, catequética, educativa, etc. Debemos avanzar, también con ellos, hacia una visión integral y en red de nuestra visión de la pastoral.

Pienso que la credibilidad de nuestra Iglesia, en este y en otros temas, dependerá siempre de la calidad de nuestras propuestas y de la autenticidad de nuestro testimonio.

Nunca olvidemos que Nuestro Señor Jesucristo, siendo niño, tuvo que emigrar a Egipto. Nuestra fe se basa y se fortalece desde un Dios que asume nuestra condición para transformarla e invitarla a la plenitud.

Gracias por vuestra ayuda y que Dios os bendiga.

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