In Cartas del padre Pedro

Esta es la formidable pregunta que un joven se atreve a formular a Jesús (Mc 10, 17). Inspirado en esta pregunta, y en tantos jóvenes que he ido conociendo a lo largo de mi vida educativa y pastoral, incluyendo estos primeros meses en Jaca y Huesca, me he decidido a escribir algunas sencillas cartas sobre este apasionante reto eclesial: los jóvenes.

Hace unos años, el papa Francisco convocó a la Iglesia a un Sínodo sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Yo tuve la fortuna de participar en ese Sínodo. Y aprendí mucho. Una de las cosas que quedaron más claras al final de la asamblea sinodal fue esta: La Iglesia necesita abrir una nueva etapa en su relación con los jóvenes, cambiando las dinámicas que deban cambiar para que seamos capaces no sólo de escuchar a los jóvenes, de acompañarles y de caminar con ellos, sino de, con ellos, escuchar al Espíritu.

Cuando hablo de “cambiar”, lo que pienso es que tenemos que hacer que esa relación con los jóvenes sea más cercana, abierta, comprometida, acompañante, evangélica, acogedora, exigente, convocante y propositiva. Queremos que los jóvenes nos cambien, queremos que los jóvenes nos ayuden a ser para ellos los testigos, educadores, catequistas, sacerdotes y, sobre todo, los hermanos y hermanas que necesitan y esperan.

Sobre esto os quiero hablar en estas cartas. He pensado hacerlo utilizando un texto evangélico que me parece sugerente: el encuentro de Jesús con Zaqueo (Lc 19, 1-10). Quiero inspirarme en este texto para reflexionar lo que quiere decir “cambiar nuestra relación con los jóvenes”. Os plantearé mi reflexión siguiendo el hilo de la narración evangélica.

Jesús atravesaba la ciudad cuando un hombre llamado Zaqueo intentó verle. Así empieza el texto. No sabemos si Jesús quería quedarse en Jericó. Sabemos que pasaba por la ciudad, dirigiéndose hacia algún lugar. Pero apareció Zaqueo y Jesús cambió de planes. Se quedó en Jericó, porque Zaqueo quería verle y encontrarse con él. Me gusta pensar este hecho como una “espiritualidad de la interrupción”. Cuando los catequistas o los sacerdotes nos involucramos con los jóvenes, cuando estamos con ellos, cuando atendemos y respondemos a sus preguntas y expectativas, cuando aceptamos el precioso desafío de “estar con ellos”, siempre pasa lo mismo: tenemos que dejar nuestros planes para responder a sus necesidades. Quien no sabe “dejarse interrumpir” por los jóvenes, quien no sabe dejar de lado sus planes para abrirse a lo que ellos necesitan, no puede ser para ellos testigo de nada. Y esto tiene que ver con muchas cosas, empezando incluso por los horarios, pero siguiendo por la apertura de nuestras parroquias o por el dejarnos cuestionar por ellos, rompiendo con una forma de vida inaccesible que nos “protege” de sus desafíos. Entremos en esa “espiritualidad de la interrupción”, profundamente cristiana.

En las próximas cartas seguiré reflexionando sobre este texto. Gracias por vuestra ayuda y que Dios os bendiga.

Start typing and press Enter to search