En Cartas del Obispo, Obispo de Huesca
Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
La Iglesia honra a la Virgen María con un culto especial. La misión maternal de María para con la humanidad no disminuye ni hace sombra a la única mediación de su Hijo, sino que manifiesta su eficacia.
Las fiestas litúrgicas dedicadas a la Virgen María expresan el culto que, especialmente durante el mes de mayo, congrega a los fieles en multitud de iniciativas: romerías, peregrinaciones, encuentros, devociones populares, etc.
Alrededor de la Virgen, los creyentes reforzamos nuestro espíritu de fraternidad. La Madre convoca y congrega. Nos acercamos a la Virgen para orar y celebrar el misterio de su vida, misterio que es fuente de alegría y de esperanza para quienes experimentan el dolor, la aflicción, la enfermedad, la soledad, las desventuras y oscuridades de cada día.
Agradecemos a la Virgen su intercesión en favor de todos nosotros. Le pedimos que nos enseñe a guardar en nuestro corazón y a meditar en silencio los acontecimientos de la vida de su Hijo. Le suplicamos que continúe manifestándonos su presencia maternal, en cada instante de nuestras vidas, sobre todo en los momentos más difíciles.
San Juan Pablo II rezaba en la Exhortación Apostólica “Ecclesia in Europa”: “María, Madre de la esperanza, ¡camina con nosotros! Enséñanos a proclamar al Dios vivo; ayúdanos a dar testimonio de Jesús, el único Salvador; haznos serviciales con el prójimo, acogedores de los pobres, artífices de justicia, constructores apasionados de un mundo más justo; intercede por nosotros que actuamos en la historia convencidos de que el designio del Padre se cumplirá. Aurora de un mundo nuevo, ¡muéstrate Madre de la esperanza y vela por nosotros! Vela por la Iglesia (…): que sea trasparencia del Evangelio; que sea auténtico lugar de comunión; que viva su misión de anunciar, celebrar y servir el Evangelio de la esperanza para la paz y la alegría de todos. Reina de la Paz, ¡protege la humanidad del tercer milenio! (…). María, ¡danos a Jesús! ¡Haz que lo sigamos y amemos! Él es la esperanza de la Iglesia, de Europa y de la humanidad. Él vive con nosotros, entre nosotros, en su Iglesia” (nº 125).
Dirigimos nuestra mirada agradecida al Señor, por intercesión de la Virgen María. Damos gracias a Dios porque nos hemos sentido acompañados por María en nuestro caminar peregrinante. Junto a Ella, hemos encontrado luz en medio de nuestras inquietudes y preocupaciones, aliento para nuestro cansancio, esperanza cuando hemos experimentado abatimiento.
Que la dulzura de la mirada de la Madre de Misericordia nos acompañe.

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