Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
Todo el año litúrgico converge hacia estos días santos:
1) Hacia atrás, vivimos el tiempo de preparación de Cuaresma, cuarenta jornadas de reorientación de la vida, una peregrinación eclesial de regreso al Señor.
2) En el centro, una semana densa en contenidos. El período más solemne del año, al que, con gran acierto, denominamos “Semana Santa”. Y lo es en sentido objetivo por los misterios que celebramos. Y ha de serlo, también, en sentido subjetivo, porque hemos de salir de ella renovados y santificados.
3) Hacia adelante, los cincuenta días de Pascua, para asimilar con calma, para dejarnos introducir en la nueva perspectiva que se inaugura en la historia con la resurrección de Jesucristo.
La Semana Santa corre el riesgo de convertirse en una amalgama de recuerdos, de sabores y aromas, de añoranzas y nostalgias. Vienen a la memoria del corazón etapas del pasado, retazos de infancia, escenas pretéritas. Con sentimiento de pérdida y experiencias de grandes afectos, aspiramos el olor del incienso, disfrutamos de las fragancias de la primavera, nos unimos a los recorridos de las procesiones, contemplamos la belleza de las imágenes, escuchamos los sonidos de las bandas procesionales, hacemos nuestra la devoción de los cofrades, elevamos fervorosas plegarias y nos recogemos fugazmente en breves silencios.
La intensidad de la Semana Santa no procede solamente de la riqueza de sus expresiones devocionales, sino del inmenso caudal de las celebraciones litúrgicas. La Semana Santa es, fundamentalmente, lo que celebramos; es decir, la actualización de los misterios que contemplamos y vivimos: la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo.
La Semana Santa, con todo lo que tiene de raíz cristiana, de fundamento de la vida iluminada por la fe, de cimiento de gozosa esperanza, de testimonio de ardiente caridad, de máxima expresión del amor de Dios, de motor de evangelización, nos impulsa hacia adelante, nos abre un nuevo horizonte vital de valentía, libertad y espíritu de fraternidad.
Estamos invitados a escuchar con corazón atento la Palabra de Dios que se proclama a lo largo de estas jornadas. Son textos seleccionados por la gran tradición de la Iglesia, memorables páginas que concentran la experiencia de los siglos y comunican su espléndida novedad y su alentador impulso de esperanza. Nos detenemos contemplando con atención el rostro, las palabras, los gestos y los milagros de Jesús. Vemos las reacciones y las actitudes de los discípulos; el asombro, la cercanía y el rechazo del pueblo; las acusaciones de las autoridades; la violencia de los poderosos y de sus secuaces, y el sufrimiento de la Virgen María, envuelto en sereno amor materno.
La liturgia manifiesta con los gestos, los sonidos, los cantos, las palabras, los silencios, los colores, los aromas, los elementos materiales (ramos, agua, fuego, luz, cirios, manteles, óleos, flores y plantas, pan y vino) la grandeza de una historia de salvación que se actualiza aquí y ahora, en este tiempo propicio, ocasión de gracia.
Un oportuno examen de conciencia, unido al dolor por nuestros pecados, con propósito de la enmienda, a través de una transparente confesión y un ferviente cumplimiento de la penitencia sacramental, disponen nuestro corazón para una participación más activa y fructuosa en las celebraciones litúrgicas.
¡Santa y feliz Semana!
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.