En Cartas del Obispo, Obispo de Huesca

Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.

El día 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor, hemos rezado por las personas consagradas de nuestra Diócesis, con motivo de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, que este año ha tenido como lema: “Caminando en esperanza”.

La Comisión Episcopal para la Vida Consagrada explicaba el lema con estas palabras: “Caminando es un gerundio que hace referencia a una acción continua y persistente, que no se cansa ni se detiene, que conlleva paciencia y tesón. En esperanza indica un modo muy concreto de llevar adelante dicha acción a través de la virtud cristiana más necesaria para quien desea vivir en marcha y volcado hacia el futuro que hemos de construir todos los miembros de la Iglesia unidos”.

Y la Comisión explicaba que, para las personas consagradas, “Dios es su desde, en y hacia dónde. Ellas saben que se necesitan oídos atentos a la voz del Padre, ojos fijos en la cruz del Hijo y manos prontas a la misión del Espíritu para encontrar fuerza y perseverancia a la hora de emprender esperanzadas cada desafío cotidiano dejando que Dios haga nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5)”.

La vida consagrada es un regalo de Dios, un don que debemos apreciar y valorar, una gracia que hemos de reconocer y agradecer. Lo decía San Juan Pablo II: “La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu” (Vita consecrata, 1).

La historia de las instituciones de vida consagrada está llena de bendiciones y también de entrega y sacrificio. El carisma suscitado por el Espíritu Santo ha dado frutos fecundos de testimonio y de santidad. A lo largo de la historia, la fidelidad dinámica a la inspiración original ha permitido continuar leyendo los signos de los tiempos para ir actualizando el estilo de vida y la intensidad de la misión.
Sin la vida consagrada, no solamente seríamos menos en número; también seríamos más pobres en capacidades y en propuestas concretas de evangelización y de respuesta a las necesidades de nuestra Diócesis y de la sociedad.

Con las personas consagradas, no solamente somos más; también somos mejores, más comprometidos, más evangelizadores, más testigos de Jesucristo, más integrados en la gran familia de la Iglesia. “Todos somos conscientes de la riqueza que para la comunidad eclesial constituye el don de la vida consagrada en la variedad de sus carismas y de sus instituciones” (Vita consecrata, 2).

Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

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