El tercer descubrimiento que hacen los discípulos es la comunidad. Hay un pequeño pasaje del Evangelio de Marcos (Mc 3, 13) que es muy ilustrativo. Es el momento de la llamada vocacional que Jesús hace a cada uno de ellos. El texto dice al final esta frase: “les llamó para que estuvieran con Él, para que le acompañaran y para enviarlos a predicar”.
Jesús llamó y convocó uno a uno, nombre a nombre. Los hizo discípulos, los educó y acompañó, y les constituyó en grupo, en comunidad. El hecho es clave: le siguieron en comunidad. Ellos, en la etapa post-pascual, hicieron lo mismo: se juntaban en comunidad, y la gente se les iba sumando a compartir la fe. Así nace la Iglesia, nuestra Iglesia, nuestra comunidad cristiana.
Después de la Pascua, los discípulos, y todas las personas que poco a poco se iban sumando al proyecto de Jesús, se reunían para orar, para centrarse en Jesucristo, para celebrar la Eucaristía, para animarse en la fe, para comprometerse por el Reino… ¿Por qué se juntaban? No era principalmente para ser más eficaces, ni sólo para formarse, ni tampoco para revisar su vida (aunque todo esto está muy bien). Se juntaban para verle, sentirle, gozarle, descubrirle, seguirle… “Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). Cristo es el centro. Todo lo demás es consecuencia.
En la Iglesia hacemos muchas cosas: damos catequesis a los niños, nos formamos en nuestra fe, acompañamos a los jóvenes en sus búsquedas, ofrecemos ideas en nuestras reuniones, visitamos a los enfermos, organizamos nuestras cofradías, nuestros grupos y nuestras actividades, etc. Hacemos muchas cosas, y todas buenas y santas. Pero no podemos olvidar la razón de todas ellas. Los cristianos y cristianas nos reunimos y caminamos en Iglesia para estar con Él, para celebrarle, amarle y conocerle. En definitiva, para seguirle. Este es el sentido de la Iglesia.
Cuando perdemos esa perspectiva, y la Iglesia piensa más en sí misma que en su Señor, nada funciona. La Iglesia es el espacio desde el que, quienes hemos descubierto a Jesús como el centro de nuestra vida, lo compartimos y lo testimoniamos.
La comunidad cristiana es, fundamentalmente, el lugar del encuentro con Jesús. Cuando los discípulos hicieron este descubrimiento, todo cambió. Y con la fuerza del Espíritu Santo, dieron vida a una Iglesia misionera, abierta al mundo y buscadora de nuevas respuestas. Y la organizaron desde una clara convicción: es la fraternidad de los hijos e hijas de Dios la que hará posible un mundo diferente.
Esta es la Iglesia que tenemos que seguir construyendo. ¡Ánimo en el camino!
Gracias por vuestra ayuda y que Dios os bendiga.










