Celebramos con profunda alegría el nacimiento del Salvador. La Navidad es mucho más que un acontecimiento: es una experiencia, una clave central desde la que somos y vivimos como cristianos. La Navidad nos invita a vivir abiertos a la novedad de Dios, conscientes de que Dios es siempre más grande que nosotros, de que la fe no es algo que podamos controlar, de que las propuestas de Dios siempre nos desbordan.
La Navidad nos ayuda a caminar sabiendo que nuestra vida no está en nuestras manos, y que Dios puede siempre ofrecernos una nueva oportunidad de abrir los ojos y cambiar de vida. La Navidad nos invita a la adoración del misterio de la fe, al desafío de anunciarla, al reto de hacerla accesible a tantas personas que no han recibido todavía el precioso don de saber y experimentar que Dios ha nacido en su corazón. La Navidad nos pide ser apóstoles de un niño pobre, humilde, nacido entre nosotros de modo inesperado y que colma todas nuestras esperanzas.
Jesús nació en el margen de la ciudad, sin que nadie le esperara, pero suscitó en torno a él la respuesta alegre, sorprendida y confiada de pastores, de personas lejanas y de otras culturas que viajaron para verle, y de hombres y mujeres de bien. Ese niño cambió el corazón de las personas buenas y buscadoras, y esas personas se acercaron a él y le ofrecieron regalos.
La Navidad nos ayuda a comprender que el deseo del niño que nace entre nosotros es que las personas que creemos en Él hagamos todo lo posible por acoger a tantos niños que siguen naciendo y viviendo sin que nadie les admita en su posada.
La Navidad nos ayuda a comprender que el mejor modo de agradecer a Dios la noticia de esta noche es vivir haciendo todo lo posible para que nuestro mundo sea cada vez más digno del amor de Dios. La Navidad nos pide que seamos constructores de un mundo que acoge y protege la vida y la dignidad de quienes más sufren y no tienen esperanza.
Resuena en nuestra alma el anuncio del profeta: “El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en tierra de sombras, una luz les ha brillado” (Is 9, 1). Escucharemos este texto en la Misa de Nochebuena. La Navidad nos ilumina en medio de la noche, también ahora, en un mundo como el nuestro en el que vemos tantas dificultades, sufrimientos y faltas de sentido de humanidad. Cristo se hace uno de nosotros para darnos luz, la luz del amor del Padre.
Celebremos a este niño en nuestras familias, en nuestras casas, en nuestras parroquias, en nuestras escuelas. Acojámoslo en nuestras comunidades, anunciémoslo en nuestros grupos y procesos. Escuchemos el mensaje de la paz en medio de las dificultades de tantos pueblos en los que este deseo parece inalcanzable. A él, que es el príncipe de la paz, pidámosle que nos haga capaces de construirla con él. Hagamos de nuestras vidas un espacio lleno de la alegría de estos días. Construyamos una Iglesia que pueda anunciar de modo creíble el mensaje de la Navidad. Y, por encima de todo, adoremos a este niño desde el fondo de nuestro corazón, reconociendo en su pequeñez la bondad de Dios, su presencia en medio de nosotros.
¡FELIZ NAVIDAD!
Gracias por vuestra ayuda y que Dios os bendiga.










