+Vicente Jiménez Zamora
Administrador Apostólico de Huesca y de Jaca
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Con el tiempo de adviento comenzamos un nuevo año litúrgico. El adviento es polivalente. Como afirma el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia (n. 96), el adviento es tiempo de espera, de conversión y de esperanza.
Espera-memoria de la primera y humilde venida del Salvador en nuestra carne mortal; espera-súplica de la última y gloriosa venida de Cristo, Señor de la historia y Juez universal. Conversión, a la cual invita con frecuencia la Liturgia de este tiempo mediante la voz de los profetas y, sobre todo, de Juan Bautista: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos” (Mt 3, 2). Esperanza gozosa de que la salvación ya realizada por Cristo (cfr. Rom 8, 24-25) y las realidades de la gracia ya presentes en el mundo lleguen a su madurez y plenitud, por lo que la promesa se convertirá en posesión, la fe en visión y “nosotros seremos semejantes a Él porque lo veremos tal cual es” (1 Jn 3, 2).
Las venidas de Cristo. El prefacio I de este tiempo litúrgico resume bien las progresivas etapas de la venida del Señor, que celebramos en el adviento cristiano: Cristo Señor nuestro “al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación eterna, para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar”.
Espiritualidad del adviento. De aquí se deduce que el adviento, más que un tiempo limitado a cuatro semanas del calendario, es una actitud permanente, un estilo de vida para el cristiano, un proceso de liberación siempre en marcha hacia Dios, hacia los hermanos y hacia el mundo como lugar teológico de la presencia y acción salvadora de Dios.
El adviento es también la hora apremiante de Dios. San Pablo nos exhorta: “Comportaos así, reconociendo el momento en que vivís, pues ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día está cerca, dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz. Andemos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria y desenfreno, nada de riñas y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo, y no deis pábulo a la carne siguiendo sus deseos” (Rom 13, 11-14).