+ Vicente Jiménez Zamora
Administrador Apostólico de Huesca y de Jaca
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En este mundo todo está conectado y determinado por la búsqueda del otro que nunca desaparece. Todo es una llamada a la relación y un testimonio de que no somos autosuficientes. El mundo entero, cuando se contempla con una mirada educada por la Revelación cristiana, es signo sacramental de una presencia, que le trasciende y anima, conduciéndole al encuentro con Dios, que se realizará definitivamente en la convivencia de las diferencias, que hallará su plena composición en el banquete escatológico preparado por Dios en su monte santo.
Transformada por el anuncio de la Resurrección, la Iglesia quiere convertirse en un lugar donde se respire y se viva la visión del profeta Isaías, para ser “fortaleza para el débil, fortaleza para el pobre en su aflicción, refugio en la tempestad, sombra contra el calor” (Is 25, 4). De este modo abre su corazón al Reino. Cuando los miembros de la Iglesia se dejan guiar por el Espíritu del Señor hacia horizontes que antes no habían vislumbrado, experimentan una alegría inconmensurable. En su belleza, humildad y sencillez, esta es la conversión permanente del estilo de la Iglesia que el proceso sinodal nos invita a emprender.
La encíclica Fratelli tutti del Papa Francisco nos presenta la llamada a reconocernos como hermanos en Cristo resucitado, proponiéndonos esto no como un estatus, sino como un estilo de vida. La encíclica subraya el contraste entre el tiempo en que vivimos y la visión de la convivencia preparada por Dios.
El Instrumento de Trabajo del Sínodo se interroga y nos interroga sobre cómo ser una Iglesia sinodal en misión, cómo comprometernos en una escucha y un diálogo profundos, cómo ser corresponsables a la luz del dinamismo de nuestra vocación bautismal personal y comunitaria, cómo transformar las estructuras y los procesos para que todos puedan participar y compartir los carismas que el Espíritu Santo derrama sobre cada uno para el bien común y cómo ejercer el poder y la autoridad como servicio. Cada una de estas preguntas es un servicio a la Iglesia y, a través de su acción, a la posibilidad de curar la heridas más profundas de nuestro tiempo.
El profeta Isaías termina su oráculo con un himno de alabanza que debemos retomar a una voz: “Aquí está nuestro Dios. Esperábamos en Él y nos ha salvado. Este es el Señor en quien esperamos. Celebremos y gocemos con su salvación” (Is 25, 9). Como miembros del Pueblo de Dios, peregrinos de esperanza sigamos avanzando por el camino sinodal.