El fenómeno de la migración aparece con frecuencia en la Sagrada Escritura. La historia de la salvación contiene abundantes episodios de desplazamientos forzosos. Los hijos de Israel emigraron a Egipto y experimentaron la opresión y la esclavitud. Desde allí emprendieron un largo viaje hasta llegar a la tierra prometida. El hambre obligó a Noemí, su esposo y sus dos hijos a emigrar desde Belén a la región de Moab. Sucesivas deportaciones llevaron a gran parte de la población hebrea del reino de Judá hasta Babilonia. La Sagrada Familia tuvo que huir a Egipto cuando Herodes buscaba al Niño para matarlo.
San Juan Pablo II escribió en 2004: “Lamentablemente, nos estamos acostumbrando a ver el peregrinar desconsolado de los desplazados, la fuga desesperada de los refugiados, la llegada -con todo tipo de medios- de inmigrantes a los países más ricos en busca de soluciones para sus numerosas exigencias personales y familiares”.
El lema de la 108ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado es: “Construir el futuro con los migrantes y los refugiados”. El Papa Francisco afirma en su Mensaje que, en la construcción de un futuro más acorde con el plan de Dios, nadie debe ser excluido. El proyecto de Cristo “es esencialmente inclusivo y sitúa en el centro a los habitantes de las periferias existenciales. Entre ellos hay muchos migrantes y refugiados, desplazados y víctimas de la trata”. Con ellos, “Dios quiere edificar su reino, porque sin ellos no sería el reino que Dios quiere”.
Según el Papa, “la presencia de los migrantes y los refugiados representa un enorme reto, pero también una enorme oportunidad de crecimiento cultural y espiritual para todos”. De hecho, “la llegada de migrantes y refugiados católicos ofrece energía nueva a la vida eclesial de las comunidades que los acogen”.
Los Obispos de la Subcomisión Episcopal para las Migraciones y Movilidad Humana de la Conferencia Episcopal Española han escrito: “La resurrección de Cristo es meta y, al mismo tiempo, semilla que impulsa este futuro; y aunque a veces experimentamos oscuridades, vemos cómo se talan los brotes a nuestro alrededor, o la desesperanza llama a nuestros corazones, la vida del Resucitado siempre resurge porque es la que fluye siempre, como savia nueva, en el interior de cada acontecimiento, pero no olvidamos que en forma de semilla”.
Los Obispos añaden: “Las migraciones, los movimientos humanos, la vida de los refugiados son hoy lugares privilegiados desde donde Dios nos habla”.
Y nos exhortan: “Es tiempo de atreverse a mirar el futuro de las migraciones con los ojos de Dios”.