Permíteme que me dirija directamente a ti, deseándote gracia y paz.
A lo largo de este curso has recibido la Confirmación y has podido sentir la presencia y la acción del Espíritu Santo en tu vida, en tus decisiones y criterios.
Tal vez te han repetido que, a tu edad, has confirmado la fe que tus padres profesaron en tu nombre el día de tu bautismo. Pero esto no es correcto. Quien realmente confirma la fe es el Espíritu Santo, que es quien te anima, asiste y fortalece con la plenitud de sus dones.
Con la presencia activa del Espíritu Santo dentro de ti ya nunca podrás decir que te ahogas en soledad, porque eres una persona habitada.
Sin el Espíritu Santo todo se vuelve rutina, fatiga, cansancio, aburrimiento, desánimo, desconfianza, apatía, agresividad. Sin el Espíritu Santo, a tu alrededor no ves más que dificultades, agobios, dudas, sombras. Sin el Espíritu Santo, las personas que conoces son rivales, enemigos, obstáculos. Sin el Espíritu Santo vives una película muda, en blanco y negro. Sin el Espíritu Santo no hay verdad, ni amor, ni libertad. “Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro”, decimos en la Secuencia de Pentecostés.
El Espíritu Santo da color, calor y fragancia a tu vida. Surge un nuevo amanecer. Se disipan los nubarrones. El nuevo día se recibe como un regalo de gracia. Los problemas se convierten en posibilidades y los fracasos se viven como oportunidades. Cada caída se puede superar con un nuevo levantarse. Las heridas, aunque dejen huellas, cicatrizan y su recuerdo estimula para seguir avanzando.
La Palabra de Dios te abre nuevas perspectivas, te ayuda a discernir y te descubre un nuevo horizonte, hasta entonces desconocido. Siempre escuchas algo que te hace pensar, te invita a actuar y te anima a responder con generosidad. Jesucristo te habla personalmente, como un amigo conversa con su amigo. Él no te dice cosas, sino que se da a conocer a sí mismo. Te introduce en la intimidad de su amor.
Los sacramentos, especialmente la Reconciliación y la Eucaristía, te dan fuerza, una fuerza que procede de lo alto. La vida sacramental es un manantial de gracia. Se trata de un constante recibir que requiere una acogida activa y consciente y una respuesta agradecida y comprometedora.
El Espíritu Santo te sugiere siempre respuestas basadas en el amor, la transparencia de corazón, la verdad y la fraternidad.
La Confirmación no es un sacramento de llegada. No es un punto final. Es un punto de partida, el inicio de un itinerario apasionante. Tan apasionante como la vida de la Virgen María, siempre abierta a la acción del Espíritu Santo.
Recibe mi cordial saludo y mi bendición.