Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
El precepto que el Señor nos manda no excede nuestras fuerzas ni es inalcanzable. Hay quienes piensan que la voluntad de Dios, su proyecto sobre nuestra vida y nuestra historia, se sitúa en la lejanía, en un remoto e inalcanzable cielo. Otros realizan viajes más allá del mar buscando alguien que traiga y proclame lo que se ha de cumplir. En lugar de apreciar la importancia de lo cercano y accesible, vivimos pendientes de grandes viajes, de experiencias sorprendentes y de empresas especiales.
Alguien escribió: “a lo mejor no dudamos en cruzar los mares para coleccionar experiencias y emociones exóticas, en explorar los cielos para probar algún escalofrío místico. Ojeamos libros abstractos, frecuentamos fórmulas misteriosas, afrontamos un lenguaje cifrado”. Sin embargo, el Deuteronomio recoge estas incisivas palabras: “El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas” (Dt 30,14).
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña: ““En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal […]. El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su corazón […]. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (GS 16)” (CCE 1776).
Jesús dirige nuestra mirada hacia el samaritano que practicó la misericordia con el hombre asaltado por los bandidos y nos invita: “Anda y haz tú lo mismo” (Lc 10,37). Hacer lo mismo significa establecer relaciones de proximidad, vínculos de aproximación, puentes de fraternidad. En concreto, lo que hace el samaritano es ver, compadecerse, vendar las heridas, echar aceite y vino, montar al necesitado en la propia cabalgadura, llevarlo a la posada, cuidarlo, sacar dinero, encargar al posadero su cuidado y estar dispuesto a regresar para saldar las cuentas.
El mandamiento del Señor está en nuestro corazón, que es la fuente de nuestra personalidad, el código de nuestra identidad. Y está en nuestra boca, para que podamos proclamarlo en la conducta cotidiana, en los actos de la vida real. Se trata de un precepto que se ha de cumplir. Para ello, es necesario conocerlo, asimilarlo, saborearlo, como hace la Virgen María que conserva todo en su corazón.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.