Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
A muchas personas les deprime la cercanía de la Navidad, porque añoran tiempos pasados y experimentan la ausencia de los seres queridos que ya no están. A otras les asalta una compulsiva fiebre consumista y no tienen tiempo ni criterio para valorar la esencia de lo que celebramos.
Sin embargo, hay quienes, desde su sencillez, aprecian la trascendencia de este tiempo de gracia en el que disponemos nuestra vida para el encuentro con la Vida que es Jesucristo, fuente de toda luz y manantial de esperanza.
Las figuras precursoras de san Juan Bautista, la Virgen María y san José nos indican un itinerario y una predisposición interna e intensa para acoger el misterio que orienta definitivamente nuestro vivir cotidiano, le da consistencia, valor, sentido y significado.
Dios se hace hombre y este acontecimiento decisivo en la historia de la salvación no es una visita protocolaria ni episódica. No es que en un momento y en unas especiales circunstancias Dios toque tangencialmente a la humanidad, sino que la encarnación es clave determinante y constante definitiva para el resto de los siglos. El Hijo de Dios asume nuestra naturaleza y la redime desde dentro. Su presencia no caduca ni se diluye. La historia está marcada definitivamente con Él, desde Él, por Él y para Él.
De ahí brota nuestra alegría. Dios ama tanto al mundo que envía a su propio Hijo para que tengamos vida, vida abundante, vida eterna. Esta alegría profunda, consistente, no se desvanece en medio de las tinieblas ni de las zozobras. Es un gozo constante que fluye incluso en medio de los zarpazos y penalidades.
El tiempo de Adviento no nos prepara para las fiestas del sentimentalismo, sino que nos orienta hacia el genuino sentimiento agradecido ante la grandeza del amor de Dios. Y la experiencia envolvente del amor gratuito nos hace compartir, desde la gratitud, la donación, la gratuidad, el repartir recursos y vida con los demás, especialmente con quienes sufren a causa de sus afectos heridos o de los choques frontales con la angustiosa realidad de cada día.
Si prestamos atención a los magníficos textos que nos ofrece la liturgia de estas semanas nos descubriremos conmovidos y asombrados. Crecerá la comunión con quienes nos rodean, incluso con los más lejanos, distintos y distantes. Aumentará nuestra participación en los procesos que requieren nuestra colaboración. Y nos sentiremos enviados a una apasionante misión, como evangelizadores con Espíritu y discípulos misioneros.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.