En Cartas del Obispo, Obispo de Huesca

Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.

San Ireneo decía de Jesucristo: “Ha traído toda novedad con traernos su propia persona”.

En Navidad, nuestro ojos se abren para ver más y mejor. Vemos y contemplamos al Señor que habita entre nosotros. Nuestros oídos superan la tendencia a la sordera y a la indiferencia para escuchar la Palabra de Dios y el clamor de quienes nos rodean. Nuestro corazón se dilata para agradecer el amor que recibimos y para compartir amor allí donde hay soledad y abandono. Nuestras manos se abren porque Jesús nos enseña a dar nuestro tiempo y entregar nuestra vida para que venzamos la tendencia a poseer y acaparar. Nuestros pies se ponen en marcha para salir al encuentro de las personas heridas que hallamos en los senderos.

Desde Navidad, la luz que es Cristo, comienza un desarrollo creciente. La alegría se hace expansiva, se difunde con fuerza e intensidad y llega a ser plena cuando se comunica y comparte. La alegría cristiana es la primera consecuencia que produce la intervención de Dios en la historia de la humanidad y en nuestras vidas.

No nos olvidamos de las personas descartadas, de quienes sufren la escasez de recursos materiales o carecen de serenidad de espíritu. Las guerras, la violencia, el drama del paro o la tragedia del empleo precario, la falta de armonía en las familias, los desencuentros, el rechazo y la exclusión, la marginación de los ancianos y enfermos, las informaciones tendenciosas, la incertidumbre sobre el futuro, la densa oscuridad que envuelve a tantos seres humanos, hacen palidecer el resplandor de la luz que es el Señor.

San Zenón de Verona escribió: “¡Oh cosa insólita! Por amor a su imagen lloriquea Dios, encerrado en un niño, y soporta ser ligado con pañales el que había venido a desligar a todo el mundo de sus deudas. En el pesebre de un establo es colocado el pastor de los pueblos. Como hombre débil, lo sufre todo, para que al hombre, caído bajo la ley de la muerte, le sea concedida la inmortalidad” (Sermón sobre el nacimiento de Cristo).

La novedad que es Cristo desborda nuestras previsiones. En Él se cumplen las antiguas profecías, pero de un modo sorprendente y admirable, más allá de las expectativas. El Señor nos dice: “mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?” (Is 43,18). Jesucristo nos concede un nombre nuevo, una nueva identidad, y nos capacita para cantar un cántico nuevo.

¡Feliz Navidad!

Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

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