Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.
El segundo Domingo de Cuaresma rezamos: “Oh, Dios, que nos has mandado escuchar a tu Hijo amado, alimenta nuestro espíritu con tu palabra; para que con mirada limpia, contemplemos gozosos la gloria de tu rostro” (Oración colecta).
Moisés le pidió a Dios: “Muéstrame tu gloria” (Ex 33,18). Pero el Señor se limitó a pasar, proclamando su nombre divino. Moisés sólo pudo verlo de espaldas y obtuvo una revelación imperfecta. Junto a esta revelación, recibió de Dios la misión de comunicar la ley al pueblo de Israel.
Elías tuvo una experiencia análoga. También tuvo una revelación. Dios no se le apareció en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino en el “susurro de una brisa suave” (1 Re 19,12). Y también Elías recibió de Dios una misión: ungir al rey de Israel y consagrar a Eliseo como profeta.
En la Transfiguración, también nosotros recibimos una revelación de Dios y una misión. La manifestación de Dios no tiene lugar de espaldas, como en el caso de Moisés, sino en el rostro de Jesús, un rostro humano que manifiesta la gloria divina. Ya no escuchamos una brisa suave, como Elías, sino la voz del Padre que nos dice: “Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo” (Lc 9,35).
La misión que se nos confía se resume en una sola palabra: “Escuchadlo”. Se trata de establecer una relación con una persona. Los cristianos tenemos como ley al mismo Cristo, debemos escucharle continuamente en la oración, en la búsqueda de su voluntad. El mensaje de los profetas se concentra en una persona: Jesucristo. Todas las antiguas promesas se orientan hacia Él y en Él encuentran cumplimiento, plenitud y superación.
San Pablo escribe: “Mas todos nosotros, con la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente, por la acción del Espíritu del Señor” (2 Cor 3,18).
Estamos destinados a ser transfigurados. En la Transfiguración de Jesús se revela y anticipa nuestro destino. Quien se mantiene fiel a Cristo, quien ora sin desfallecer, quien busca la voluntad del Padre, se va transfigurando día a día.
En el Prefacio de este Domingo de Cuaresma decimos que Jesucristo “después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo el resplandor de su luz, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que, por la pasión, se llega a la gloria de la resurrección”. Este es nuestro itinerario cuaresmal.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.