+Vicente Jiménez Zamora
Administrador Apostólico de Huesca y de Jaca
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La solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, que se celebra en este domingo 24 de noviembre, es la culminación del año litúrgico. La fiesta nos presenta a Cristo como centro del Cosmos y de la Historia: el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin.
El Concilio Vaticano II expresa magníficamente el sentido de la festividad con un texto fascinante de la Constitución Gaudium et Spes: “El Señor es el fin de la historia humana, ‘el punto focal de los deseos de la historia y de la civilización’, el centro del género humano, la alegría de todos los corazones, la plenitud de sus aspiraciones” (GS 45).
El prefacio de la Misa de la solemnidad nos da la clave de interpretación de la realeza misteriosa de Cristo: “Porque consagraste Sacerdote eterno y Rey del Universo a tu único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, ungiéndolo con óleo de alegría, para que ofreciéndose a sí mismo como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana, y, sometiendo a su poder la creación entera, entregara a tu Majestad infinita un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida; el reino de la santidad y la gracia; el reino de la justicia, el amor y la paz”.
El Rey y Juez, Jesucristo, nos examinará del amor. El código, la ley y el programa de examen para el juicio no serán otros que el amor. Se cumple aquello de San Juan de la Cruz: “En el atardecer de la vida seremos examinados de amor” (San Juan de la Cruz). El hecho de que Cristo se identifique con los pobres, los marginados, los que sufren, y además los llame sus hermanos menores, nos descubre cuán lejos está de la doctrina y conducta de Jesús toda idea triunfalista. Su soberanía de Rey del Universo, que hoy celebramos, es muy especial, porque su reino no es de este mundo. Por eso Jesús desbarata nuestras categorías, según las cuales tendemos a identificar la autoridad y el poder con el dominio y no con el servicio.
Todos los cristianos participamos del oficio real de Cristo y estamos llamados a servir al Reino y a difundirlo en la historia. Vivimos la realeza cristiana, mediante la lucha espiritual para vencer el pecado, y en la propia entrega de la vida, para servir, en la justicia y en la caridad, al mismo Jesús presente en todos los hombres, especialmente entre los más pobres.