+ Vicente Jiménez Zamora
Administrador Apostólico de Huesca y de Jaca
En nuestra época, a causa de múltiples factores, está oscurecida gravemente la conciencia moral de muchos hombres. “¿Tenemos una idea justa de la conciencia? ¿No vive el hombre contemporáneo bajo la amenaza de un eclipse de la conciencia, de una deformación de la conciencia, de un entorpecimiento o de una “anestesia” de la conciencia?” (Juan Pablo II, Exhortación apostólica, Reconciliación y Penitencia, 18).
En la actual situación de pérdida del sentido del pecado, es necesario que los sacerdotes y los catequistas formen bien a los fieles cristianos en el auténtico sentido religioso del pecado como ruptura consciente, voluntaria y libre de la relación con Dios, con la Iglesia, con nosotros mismos y con los demás y con la creación.
Una exposición clara sobre el misterio del pecado la encontramos en la citada exhortación apostólica Reconciliación y Penitencia, en el capítulo primero de la segunda parte, en que el Papa Juan Pablo II escribe sobre la desobediencia a Dios; la división entre los hermanos; pecado personal y pecado social, mortal y venial; pérdida del sentido del pecado (n. 14-18).
Para la formación de la conciencia moral reviste una importancia particular insistir en el sentido de la responsabilidad personal. En el origen de toda situación de pecado hay siempre hombres pecadores con su responsabilidad personal. La conversión reclama la responsabilidad personal e intransferible de cada uno.
Trabajar en la formación de la conciencia moral, especialmente de los niños y jóvenes, es una acción decisiva para la recuperación del sacramento de la Penitencia. Una falta de formación de la conciencia trae inevitablemente una pérdida del sentido del pecado y con ello el abandono de la confesión sacramental. La formación de la conciencia es imprescindible en nuestros días en que vivimos sometidos a múltiples influencias negativas y somos tentados a preferir nuestro propio juicio al plan de Dios y a la ley moral, que es el camino de nuestra libertad y de nuestra realización personal.
Todos necesitamos de la conversión y del sacramento de la Penitencia, pues todos somos pecadores. Por eso, “en nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios” (2 Cor 5, 20). Estas palabras siempre actuales resuenan con especial fuerza en los días de la Cuaresma ante la Semana Santa, urgiéndonos a abrir el corazón arrepentido para acoger la misericordia de Dios, el único que puede obrar la reconciliación en el hombre y en el mundo, para el nacimiento del hombre nuevo y la civilización del amor.