En Cartas del Obispo, Obispo de Huesca

El libro del Eclesiástico advierte: “No avientes el grano con cualquier viento, ni camines por cualquier sendero; así lo hace el pecador que habla con doblez. Mantente firme en tus convicciones, y no tengas más que una palabra. Sé pronto para escuchar y tardo en responder. Si sabes algo, responde a tu prójimo, pero si no, mano a la boca. Hablar puede traer gloria y deshonra, y la lengua es la ruina del hombre. Que no te tachen de murmurador, ni pongas emboscadas con tu lengua, porque sobre el ladrón cae la vergüenza, y una severa condena sobre el que habla con doblez” (5,9-14).

Invita a la reflexión y a la cautela: “Antes de hablar, infórmate” (18,19a).

Exhorta a dominar la lengua: “El que domina la lengua vivirá sin peleas, y el que detesta la palabrería evita el mal. No repitas nunca un chisme y no sufrirás ningún daño; ni a amigo ni a enemigo se lo cuentes” (19,6-8a). “¿Has oído algo? ¡Muera contigo! ¡Tranquilo, que no reventarás! El necio oye una noticia y ya siente dolores, como la mujer que va a dar a luz un hijo. Flecha clavada en el muslo es la noticia en las entrañas del necio” (19,10-12).

Hay un hablar inoportuno: “Mejor es resbalar en el suelo que con la lengua” (20,18a). Y es preciso saber callar: “Hay quien calla porque no tiene respuesta, y hay quien calla porque conoce el momento oportuno” (20,6).

Se requiere una disciplina en el hablar: “Escuchad, hijos, la instrucción sobre el hablar, quien la guarde no quedará atrapado. El pecador se enreda en sus propios labios, el calumniador y el soberbio tropiezan en ellos” (23,7-8).

El autor previene contra los peligros de la mala lengua: “Las palabras del piadoso rezuman sabiduría, pero el insensato cambia como la luna” (27,11). “Maldice al charlatán y al mentiroso, porque han perdido a muchos que vivían en paz. A muchos ha sacudido la lengua calumniadora, y los ha dispersado de nación en nación; ha arrasado ciudades fuertes y ha arruinado familias de príncipes. La lengua calumniadora ha repudiado a mujeres excelentes, privándoles del fruto de sus trabajos” (28,13-15).

Los golpes de la lengua producen muchas víctimas: “Un golpe de látigo produce moratones, un golpe de lengua quebranta los huesos. Muchos han caído a filo de espada, pero no tantos como las víctimas de la lengua. Dichoso el que de ella se protege, y no ha estado expuesto a su furor, el que no ha cargado su yugo, ni ha sido atado con sus cadenas” (28,17-19).

Es preciso tomar precauciones: “Balanza y pesos para tus palabras, puerta y cerrojo para tu boca. Guárdate bien de resbalar con la lengua, no sea que caigas ante el que te acecha” (28,25-26).

“Hay quien resbala sin querer, pero, ¿quién no ha pecado con su lengua?” (19,16).

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