En Cartas del Obispo, Obispo de Huesca

Queridos hermanos en el Señor:

Os deseo gracia y paz.

En la solemnidad de Todos los Santos pedimos al Señor “que sintamos interceder por nuestra salvación a los que creemos ya seguros en la vida eterna” (Oración sobre las ofrendas). Los santos ya han alcanzado la otra orilla de la historia, y la fe de la Iglesia nos asegura que participan de la vida definitiva.

Damos gracias a Dios porque en los santos nos ofrece “el ejemplo de su vida, la ayuda de su intercesión y la participación en su destino” (Prefacio I de los Santos). Rezamos a Dios todopoderoso y eterno diciéndole: “mediante el testimonio admirable de tus santos fecundas sin cesar a tu Iglesia con vitalidad siempre nueva, y nos das así pruebas evidentes de tu amor. Su insigne ejemplo nos anima, y a su permanente intercesión nos confiamos” (Prefacio II de los Santos).

Los santos son “los mejores miembros de la Iglesia” y, a través de ellos, el Señor nos concede “ayuda y ejemplo para nuestra debilidad” (Prefacio de la solemnidad de Todos los Santos).

Todos tenemos santos de especial referencia; santos a los que nos confiamos suplicantes; santos a los que veneramos con peculiar afinidad; santos cuyas vidas nos sorprenden y animan; santos patronos de naciones, regiones, ciudades, pueblos, instituciones, comunidades, parroquias, ermitas, que nos vinculan en fraterna comunión, en gozosas y festivas celebraciones.

Al leer las vidas de los santos nos sorprende su capacidad de sufrimiento, su serenidad y alegría en medio de las tribulaciones, la firmeza de su fe en el tormento de las incomprensiones y rechazos, su constante esperanza y su ardiente caridad. En ellos contemplamos un amor desbordante, repleto de gratitud, con fragancia de fidelidad, con espíritu de servicio incondicional, con sabor a evangelio vivido, como un rumor de eterna novedad afianzada en la más firme y sólida tradición.

Sabemos que todos estamos llamados a la santidad. Reconocemos que la vocación universal a la santidad no es una fórmula vacía de contenido, sino una gracia y un compromiso, una llamada urgente y apremiante, y un regalo que procede del Señor.

Nos sentimos pequeños e insignificantes cuando vemos nuestros balbuceantes progresos, nuestras pausas repletas de cansancio y nuestros frecuentes retrocesos. Pero la meta de la santidad sigue siendo estimulante y la convocatoria es firme, para todos y cada uno, con nuestra peculiar historia entretejida de titubeos e ingratitudes.

El insigne ejemplo de los santos nos anima, y cada día seguimos caminando porque confiamos en su permanente intercesión.

Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

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