Para entender lo que queremos decir y celebrar cuando reconocemos que Jesucristo es Rey del Universo, es bueno recordar dos textos del Nuevo Testamento:
1) San Juan nos dice en el prólogo de su evangelio: “Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho” (Jn 1,2).
2) San Pablo escribe a los colosenses: “todo fue creado por él y para él (…) y todo se mantiene en él” (Col 1,16-17). Es decir, todo tiene su origen en Jesucristo, todo tiene su destino en Jesucristo y todo se mantiene en Jesucristo.
La creación se realiza según el “plano”, el “proyecto”, que es Jesucristo. En el origen hay un designio de amor. La historia ha de alcanzar su plenitud en Jesucristo y la vida carece de sentido y de consistencia sin Jesucristo.
El señorío de Jesucristo se manifiesta en la armonía del cosmos y del microcosmos, en la belleza y equilibrio del firmamento y en la profundidad de las células y los átomos.
La realeza de Jesús no se identifica con el dominio sobre pueblos y territorios. Jesús ha venido para liberar a la humanidad de sus pecados y esclavitudes y para reconciliarnos con el Padre. Toda su vida revela que Dios es amor y Él da testimonio de esta verdad con su entrega en la cruz. Precisamente en la cruz, allí donde la humanidad ve un patíbulo, los creyentes vemos el auténtico “trono” desde el que Jesucristo manifiesta la sublime realeza de Dios amor. Y en la cruz se cumplen las palabras pronunciadas por Jesús: “cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32).
El reino de Cristo es un don que se ofrece a la humanidad de todos los tiempos para que quienes crean en Él “tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10). A la luz de la centralidad de Jesucristo, descubrimos nuestra dignidad, nuestra vocación como discípulos y nuestra misión como evangelizadores con Espíritu.
Terminamos con dos textos del Papa Francisco:
1) “Dios no es un señor distante que vive solitario en los cielos, sino el Amor encarnado, nacido como nosotros de una madre para ser hermano de cada uno, para estar cerca: el Dios de la cercanía” (Homilía, 1 enero 2019).
2) “Cuando encontramos a Jesús quedamos fascinados, conquistados, y es una alegría dejar nuestro acostumbrado modo de vivir, tal vez árido y apático, para abrazar el Evangelio, para dejarnos guiar por la lógica nueva del amor y del servicio humilde y desinteresado” (Homilía, 26 julio 2014).