En Cartas del Obispo, Obispo de Huesca

Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.

Las dificultades personales, familiares, económicas o sociales no hallan solución en el aborto. Los problemas de salud del niño no nacido tampoco deben inducir a ver en el aborto una opción justa.
El verdadero bien de la mujer no se realiza destruyendo a un ser inocente. Cuando crece la sensibilidad respecto de todo sufrimiento, en cualquiera de sus manifestaciones, no es digno olvidar el sufrimiento que padece el no nacido.

Existe una corresponsabilidad que concierne a todos los creyentes en la defensa de la vida, siempre a favor de la vida, desde el respeto y el reconocimiento de la dignidad de todos los agentes que intervienen más directamente: la madre, el concebido, el padre, las familias, la comunidad cristiana y la sociedad en su conjunto.

El aborto no es justo, ni es terapéutico, ni libera a la sociedad de un “peso” innecesario. El aborto no es un signo de progreso y de conquista de libertad. El servicio a todo ser humano, desde su concepción hasta su ocaso natural, se hace con espíritu de colaboración y desde fundamentos científicos y antropológicos. No se trata de una cuestión estrictamente religiosa, sino de la dignidad de la vida humana.

San Juan Pablo II escribió: “La aceptación del aborto en la mentalidad, en las costumbres y en la misma ley es señal evidente de una peligrosísima crisis del sentido moral, que es cada vez más incapaz de distinguir entre el bien y el mal, incluso cuando está en juego el derecho fundamental a la vida” (Evangelium vitae, 58). Y también: “el aborto procurado es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción al nacimiento” (ibid.).

Es necesario alentar, ayudar y acompañar, a las mujeres gestantes. Es preciso que reciban información, que conozcan las alternativas en los momentos cruciales, que tengan capacidad de decisión, siendo plenamente conscientes de los pasos que pueden dar, puesto que hay opciones que resultan irreversibles y dejan una huella permanente en la conciencia y en la propia salud.

En situaciones especialmente angustiosas, cuando la soledad, el rechazo o el abandono hacen difícil adoptar una decisión serena, la mujer embarazada, el ser concebido y su entorno merecen un atento cuidado y una alentadora cercanía. Circunstancias de riesgo social y situaciones de desamparo requieren una protección apropiada y justa. Es preciso ofrecer apoyo personal y material a las madres en dificultad.

Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

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